I
Por la vereda, sentado sobre la roca del deseo,
bajo el almendro, la ví pasar...
Esplendorosa la mañana
un semblante nacaroso bañado de luz;
la noche fugitiva se escondía apenas tímida,
el sol se levantaba tras los sauces para dar vida.
Le urgían sus piernas ligeras,
un eros lascivo, enredado en su pelo,
el coral de sus ojos
reflejo de luna en los pozos,
lucian como celestes astros en el horizonte del cielo.
La piel tersa donde el brío escandaloso
hacían nido avarientos de ojos ajenos,
un ardor mudo en sus labios,
la eminencia de su cuerpo como un copo de oro engastado.
Aleteaba el feto de un amor dormido
en su piel de seda,
exacerbación de encanto
al paso de su piel descalzo.
Apeé el orgullo como un transeúnte apea el fatigado bulto
en las frescas orillas de un rio.
II
Mis mas hondas luchas, la mas profana hipocresía
rodaron disueltas casi exánimes
expirando vergüenzas en la carcoma de mi rostro.
Y fui tras sus pasos
con el hambre de un niño
con el afán goloso de su boca,
con el latido inerme de un corazón perseguido.
La carne suelta sostenida por mis huesos
cabalgaba asustado con ni alma joven,
con el poema en mis labios,
tan callado sin haber nacido.
Su voz afable, de ritmos calmos
vertebra de canto ruiseñor sobre la rama brotaban singulares
sus labios belfos color carmín
amoldados perezosos como un tulipán sin abrir,
su cuello sutil de azucena,
su nariz fina armonizaba suspiros
propia caricia del viento sobre los valles.
Una transpiración enferma en la palma de mis manos,
la comezón extraña en mis dedos
por arpegiar el idilio de sus notas,
mis acordes ilusos
percutían en el libido de mis encéfalos.
Ah que campanada en la cumbre de la montaña
el arpa asiria en la corte de los reyes
no melodían tan febriles y alborozadas.
III
Le herí con la mirada,
me sedujeron sus ojos,
tome su mano en la mas recóndita hora,
recorrimos la calle de los rabies
como dos guerreros en marcha entre las sombras;
conquistamos el horizonte, atravesamos el faro de las eventualidades.
Y un dia en el forcejeo riguroso de la hora
bese su frente,
hubo movimiento de nervios en mis labios
la taquicardia inconsciente de mi vergüenza.
Me entregó la llave de su alma
le entregue el febril ácoros de mis mocedades,
sentí correr feroz mis debilidades.
en la penumbra de mi flácida fantasía
no hubo loca osadía ,
me apuro afanosa la caricia
entre el fino edredón de sus manos
al paso lelo de mi barbilla.
Eran tan sublimes las estrellas!
cantaron mis sístoles, cantos ruiseñores.
se abrieron de par en par las almenas
fortificadas de sus castillos,
el canto de amor en su cuerpo,
casto, breve, puro, olor de melón tardío.;
como una flor menuda en madrugada
meneada por las aguas a la orilla de un rio
yacía a la intemperie sin el miedo del hastío.
Caminando con la mirada perdida
hacia la recámara del placer, oliendo a pecado
sin la mas mínima desazón, aturdida.
IV
allí un escapulario, una vela, un armario,
un dibujo hecho a mano
gotas de agua cayendo de la regadera,
un collar color turqueza, también un campanario,
un cubo con monedas,
unas frutas sobre la mesa.
Los cuernos de una cabra parecían colgaderas,
habían tres, cuatro manteles
de fino lino, cerca del espejo, colgados.
Hacia la puerta unas macetas
donde crecían rosas y gardenias,
sobre el sillón una linda piel,
No sé de que felino era?
Contra la esquina un buro
donde se colaba el sol de primavera.
Frescos como iris los perfumes
y en el centro un retrato de Ella,
Sí! Olía,
como la vertebra de una nuez.
Que flor del Nilo!
Que matiz! que brillo de estrella!
aquel ambiente de epopeya.
Como un pedazo de eden;
jardín de magnolias, margaritas, lilas, azucenas
allí pétalos regados de anémonas;
sobre la cama, sabanas blancas de lana
y el estertor dentro de mi ser;
un cobertor purpura ajado a punto de caer.
Un cabello largo rizado
caído de su cabellera.
Una estatuilla con su amante abrazados
en el hasta que moldeaba la cabecera,
sobre aquel piso color miel
retazos multicolores de prendas intimas
casi desvergonzadas,
joyeles desnudos de la prenda deseada.
V
En silencio le susurre cosas de amores
con palabra casi callada, en mis labios dilatada;
su sílaba, su voz,
sus orejas pétalos de flor,
su ovulo como perla tallada.
Le toque el cuerpo al azar
como consonante de un poemario
la jugosa almendra de sus cuerpo
teñida de un greco almíbar.
Que espejo de su alma desnuda!
casi vencida
con somnolienta y apresurada voz, ella susurró,
le respondí con suspiros vanos;
se erizaron sus poros,
se abrieron sus néctares,
hubo barniz de ópalo en sus ojos.
Entonces nació el poema!
tenia rima desde el arco plantar
hasta el curvo sedoso de su coronilla
su voz en soneto estructurada;
fonema en el ombligo, amoldado como una zirconia;
su piel insaciable de mi beso nómada
fermentada de sentimientos arcanos
al obligo indecente de una zalema
le coteje la mas íntima trastada
al juego indecoroso de nuestras manos;
mientras rozaba el eros de su diadema.
besando el dije ardoroso
entre la curva de sus alas
acaricié la expansión de sus poros
y el resto de sus pléiades.
(Me pregunte ensimismado:
Quien no ha bebido manjar en otro vaso?
Quien no ha arrancado rosas en jardín ajeno?
Oh jardinero para podar la rosa mas bella
tendrás que perdonar las espinas mas hirientes a su paso.)
VI
Hoy me hinco ante las palabras escritas en la arena
vociferando como un rayo mi nombre
No era un hombre cualquiera
el que le levanto con su mano
mientras cantaba uno de sus versos
El que esté libre de pecado
tire la primera piedra.
basándome en esa premisa intrínseca y verdadera
diré como el mas humildes de los humanos
júzgueme quienquiera si nunca , siquiera
ha alimentado pensamiento profano.
Le conocí camino a Campelo
decían sin conocerla, muertos de celos
que provenía de una dinastía de Magdala
yo siempre creí que venia del cielo
cuando me besó
con su piel,
Tan suave como el terciopelo!
Autor: Hilario de Jesus Esteban Lopez. ©
2016.
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